martes, julio 29

EDV - El Aullador

El capitán Krakoff mantenía su rostro totalmente serio mientras clavaba su único ojo a través del catalejo. La brisa marina acariciaba su tez morena mientras que su piel curtida por el sol era salpicada muy levemente por las aguas saladas. El Aullador, el barco con el que había cruzado tantos mares y océanos, se encontraba totalmente perdido en unas aguas nunca vistas ni marcadas en ningún mapa. Era un mar, o quizás un océano, muy llamativo y peculiar ya que sus aguas purpúreas parecían salidas de algún cuento de hadas que tanto gustaba oír a los chavales pequeños antes de dormir.

La tripulación estaba totalmente atónita contemplando desde el barco aquellas aguas escapadas de algún mundo de fantasía. No se habían despegado de la borda del barco en todo momento, ya que pasado el medio día unas extrañas criaturas no muy grandes habían aparecido desde las profundidades y habían seguido al Aullador en su viaje. Eras de escamas verdosas y se ayudaban para nadar moviendo rápidamente sus extremidades delanteras y traseras provistas de unas extrañas y curiosas membranas. Aquellas criaturas marinas habían despertado la curiosidad de toda la tripulación, e incluso el propio Krakoff pudo ver cómo una de ellas devoraba a un pequeño pez con sus fauces de dientes diminutos pero afilados como cuchillas.

En vistas a que no se divisaba tierra por ningún lado, y que el cansancio se apoderaba del cuerpo del capitán, Krakoff decidió retirarse a su camarote y esperar a oír que alguien gritara el avistamiento de tierra. Sacó de un antiguo cajón su cuaderno de bitácoras y anotó, con su pluma y un poco de tinta de calamar, todos los sucesos ocurridos en el día, entre ellos el paso de un agua azul y cristalina a una totalmente púrpura en el transcurso de una noche… Todo transcurrió con calma hasta que un balanceo sospechoso del barco lo despertó de su sueño. Krakoff se había quedado dormido mientras escribía en su cuaderno horas atrás. Desconcertado colocó todo en su sitio, aderezó sus vestimentas y aún con el leve sopor de haber dormido alcanzó a subir a cubierta. No había rastro de ningún miembro de la tripulación, debían de ser altas horas de la noche y todos estaban descansando. Otro tumbo del barco, este ahora más fuerte, lo acabó arrojando al suelo al hacerle perder el equilibrio. Blasfemando Krakoff se puso en pie ayudado de unas amarras que sujetaban el velamen. Fue cuestión de tiempo que otra sacudida hiciera crujir las maderas del barco, escorándolo peligrosamente; posteriormente una decena de marineros habían salido de sus sueños para ver qué acontecía en cubierta. Un leve murmullo comenzaba a oírse entre los que allí se encontraban, preguntándose unos a otros sobre aquellos extraños y peligrosos golpes que empezaban a dañar al Aullador.

Krakoff se inclinó para contemplar las aguas; unas aguas ahora totalmente embravecidas que rugían y agitaban aquel pequeño cascarón de madera. Alertado por la situación, el capitán tomó el timón para poder controlar al Aullador y salvar su pellejo y el de sus hombres como otras tantas veces había hecho. Pero esto no era un simple embravecimiento de las aguas; cuando Krakoff tomó el timón, un ser gigantesco apareció de las aguas. Una enorme sierpe marina se irguió amenazante ante el Aullador, profiriendo ensordecedores rugidos, mostrando así sus tremendas fauces. Su cuerpo escamado brillaba bajo la luz plateada de la luna llena, arrancando pequeños destellos verdosos de su piel. Boquiabierto, Krakoff tardó un tiempo en reaccionar ante semejante criatura marina y, sacando su sable de bucanero gritó cargar contra aquella bestia. Al instante todos sus hombres empuñaban sables y cargaban pólvora en sus trabucos, abriendo fuego e intentado herir a la sierpe…

Todo transcurrió muy rápido, o por lo menos eso le pareció a Krakoff. Cuando quiso darse cuenta, toda la cubierta era un mar de sangre y miembros cercenados esparcidos por todos los rincones, los mástiles estaban partidos y las velas se hundían lentamente en aquellas aguas. El metal de su sable resonó en la madera del castillo de popa; Krakoff caía derrotado de rodillas ante tal masacre. El Aullador se hundía poco a poco tras haberlo retorcido la sierpe con su musculoso cuerpo de reptil, serrándolo con los toscos pinchos que recorrían su lomo.

Poco tiempo pasó para que la calavera cruzada por las dos tibias sobre fondo negro descansara sumergida en aquellas aguas púrpuras, morada de criaturas tan sobrecogedoras y asombrosas como aquella sierpe marina que acabó estrangulando al Aullador cual ratoncillo inocente y curioso.

Magister