miércoles, mayo 26

Ítaca


Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.


Konstantínos Kaváfis

domingo, mayo 23

Enemigos de Tinta y Papel

Apenas quedaba ya tiempo. Los días habían pasado demasiado rápido desde la última vez que tuvo que empuñar su espada para hacer frente a todos los ejércitos que periódicamente atacaban sus fronteras. Hacía ya dos años que luchaba en aquella gran guerra, tiempo suficiente para haberse acostumbrado a los ataques del enemigo que se sucedían únicamente dos veces al año: la primera oleada se producía en los meses de frío intenso, cuando las ideas se congelan, el pensamiento se bloqueaba y la estrategia fluye con dificultad; y la segunda oleada siempre acontecía cuando el calor se hace insoportable y supone un esfuerzo casi inhumano mantenerse concentrado en el campo de batalla sin caer desfallecido. Pero el enemigo se mantenía siempre impasible ante las adversidades del clima. Nunca mostraba cansancio ni debilidad. Se presentaba siempre como una fuerza de choque compacta, dura, terrible. Sus fuerzas podían resultar devastadoras, sembrando el caos y la desesperación allí por donde pasaba. Podría parecer una fuerza militar invencible, una fuerza casi divina orgullosa de su potencial bélico y su capacidad de destrucción arrolladora... Pero no siempre había conseguido alzarse con la victoria. Durante toda la historia de la humanidad ha habido generales que, capaces y seguros de sí mismos, han conseguido asestar duros golpes a estos ejércitos. Generales dignos de admiración que, a base de cosechar numerosas victorias más que heroicas, disfrutan ahora de un lugar de honor entre aquellos que han conseguido alcanzar la corona de laurel a través de la constante lucha a lo largo de sus vidas...

El joven general podía sentir el calor en su cuerpo. Sus exploradores habían llegado hacía unos días con los informes de que el enemigo se acercaba a marchas forzadas, sin aparente intención de detener su apabullante avance. Un nuevo periodo de duras batallas estaba a punto de acontecer. Esta situación siempre lo embriagaba de una extraña sensación, mezcla de un ardiente deseo de acabar con todo aquello lo antes posible y un profundo miedo que arraigaba en lo más profundo de su ser ante el conflicto que se avecinaba.

Apenas quedaba ya tiempo. Su mejor arma, la tinta de su bolígrafo. Su mejor defensa, todo lo aprendido y memorizado hasta ese momento. Las batallas de un estudiante, unas de las pocas batallas que de verdad merecen la pena en este mundo. Los exámenes como únicos enemigos a los que derrotar, esos eternos enemigos de tinta y papel que nos perseguirán hasta que consigamos nuestra merecida corona de laurel.


Magister.