sábado, octubre 9

EDV - Sepultus

Estaba totalmente convencido de que lo había enterrado. Recordaba perfectamente el sonido de su martillo golpeando con fuerza aquellos clavos oxidados que había encontrado en su viejo taller para sellar el improvisado ataúd de madera gris. Aún estando tan seguro, había algo dentro de su ser que lo inquietaba; algo que le decía que las cosas no habían salido como él creía o quería creer. Esa terrible sensación lo había mantenido despierto toda la noche. Su cuerpo sudoroso sobre la cama no paraba de revolverse sumido en siniestras pesadillas que lo despertaban con la boca seca y pastosa y el corazón terriblemente acelerado dentro de su pecho. No pudo evitar volver a mirar sus uñas ennegrecidas tras haber excavado con sus manos desnudas la húmeda tierra para abrir el agujero donde depositaría el ataúd; y allí, en la esquina de la habitación, tendida sobre el suelo, estaba la pala manchada de barro con la que se había ayudado para dicha tarea… Si, lo había enterrado. ¿O quizás el agujero era poco profundo?

No podía soportar aquella incertidumbre que lo estaba consumiendo poco a poco haciéndole enloquecer. Se desarropó bruscamente y saltó de la cama. Miró a través de la ventana escudriñando el horizonte con la mirada nerviosa, intentando vislumbrar en la oscuridad de la noche el lugar donde hora antes había realizado tan aterradora tarea. Tenía que asegurarse que todo estaba igual a como lo dejó. Rápidamente se puso la misma camisa blanca ahora ensuciada de tierra y los negros pantalones calados de barro apelmazado por debajo de las rodillas. Cruzó la habitación de dos zancadas, aferró el pomo de la puerta y se paró en seco. ¿Qué estaba haciendo? Era una completa estupidez salir a comprobar lo evidente. Se llevó la mano a la cabeza y peinó su cabello negro y desaliñado mientras se encontraba con la mirada absorta en el suelo y una excéntrica sonrisa cruzaba su rostro… Se maldijo a sí mismo por lo que había estado a punto de hacer mientras volvía a desnudarse y a meterse en la cama. Era una locura pensar que algo hubiera podido salir mal. El agujero era muy hondo, o por lo menos eso le pareció a él. Había que tranquilizarse. Respiró hondo y templó sus nervios. Recorrió con la mirada los estantes de su habitación, contemplando todas sus creaciones; sus inanimadas y tranquilas creaciones. Todos sus títeres lo miraban con sus ojos carentes de emoción, pero él sabía que todos lo culpaban por haber manipulado aquel extraño libro que un maldito día llegó hasta sus manos. ¿Por qué razón tuvo que formular aquellas extrañas palabras que ni él sabía lo que significaban? ¿Qué pretendía conseguir? Cualquier cosa menos aquello. ¡Quién iba a pensar que lograría dotar de vida y maldad a aquél siniestro títere! Volvió a ser presa del pánico. Volvió a incorporarse de forma violenta y se sorprendió cruzando el angosto pasillo para salir al porche. Y allí estaba él… con sus miembros de madera y sus engranajes manchados de barro… Una risa histérica brotó de la garganta de su creador, hincándose de rodillas y plantando las manos en el suelo contemplando con ojos saltones lo que tenía ante él.

Estaba totalmente convencido de que lo había enterrado. Recordaba perfectamente el sonido de su martillo golpeando con fuerza aquellos clavos oxidados que había encontrado en su viejo taller… Lo imposible se acababa de esfumar.


Magister

4 comentarios:

Unknown dijo...

Inquietante...
Me gusta ese estilo Edgar Alan Poe(^^)

Morticiaarias dijo...

¡Qué bueno! te deja con los nervios a flor de piel...
¿Esto continúa o algo? xD
por saber porque llegó a enterrar alguien o algo más que nada...

Magister_Mortis dijo...

Jejejeje!! Tranquila que no es continuación de nada, no continuará :P Es un relato aislado

Un saludín!! ^^

Morticiaarias dijo...

noooo
malvado!!!!
me has robado la ilusión xD