viernes, diciembre 21

EDV - Sangre de mi sangre

Era un día gris y nublado de otoño cuando “Los puños de la libertad” habían tomado la zona oeste de una importante ciudad. Philip se había unido a aquel pelotón de asalto ya que quería encontrar a su hermano desaparecido unos meses después del levantamiento militar que provocó la dispersión no solo de la familia de Philip, sino de otras tantas que corrieron la misma suerte tras el golpe de estado de aquel tirano. En la toma de esta ciudad Philip estaba pasando un miedo horrible. La resistencia y crueldad del enemigo estaba siendo horrorosa y los días de asalto estaban todos manchados con la sangre de centenares de muertos; de personas que su propia tierra, aquella que los vio nacer, los veía ahora morir por defenderla de otros humanos que luchaban por lo mismo.

Philip se encontraba muy nervioso. Su corazón golpeaba el pecho con fuerza aquel día más que ningún otro. Ese día se disponían a lanzar una importante ofensiva contra el enemigo. Todo el pelotón tenía como objetivo hacerse con el control de una de las plazas de la ciudad donde se rumoreaba se encontraba uno de los importantes dirigentes del ejercito enemigo. Todos caminaban alerta entre las calles. El silencio se podía sesgar con un cuchillo. Al frente del pelotón, movilizando estratégicamente a sus hombres, se encontraba el cabecilla del grupo, un joven alto y fuerte que se movía por los mismos intereses de libertad que sus compañeros.

Avanzando entre las ruinas de la gran ciudad, rodeados de aquella niebla espesa y aquel frío penetrante, una fuerte explosión retumbó entre las calles espantando el silencio y atemorizando a los rebeldes. Un zumbido cada vez más fuerte se imponía en los oídos de los rebeldes restallando finalmente una horrorosa explosión acompañada de una fuerte hola de calor. El enemigo se había percatado de la presencia de “Los puños de la libertad”.

El cabecilla del grupo gritaba con una voz profunda las órdenes a llevar a cabo para derrotar al enemigo, haciendo aspavientos con brazos y manos mientras descargaba la munición de su fusil de asalto contra la nada. Unos setenta hombres acataban las órdenes y comenzaban a movilizarse por la zona, tomando posiciones y abriendo fuego son cesar. Se sucedieron numerosísimas explosiones procedentes de baterías enemigas apostadas nadie sabe donde, en algún lugar bien protegido de aquella plaza. La batahola que allí se había formado era enorme. Se oían estruendos por todas partes, silbaban balas por todos lados, surgían gritos desgarrados de dolor y agonía, se provocaban derrumbamientos de edificios cercanos…

Philip seguía allí, junto a su cabecilla, asustado. Nunca quiso que esta situación sucediera, estaba matando a gente de su propio país y eso le acongojaba y lo asustaba. Era una única cosa lo que lo movía y era el encontrar a su hermano.

Era medio día cuando los rebeldes ocuparon la plaza. Decenas de soldados salieron de los edificios armas en mano. Rebeldes y golpistas morían ahogados en gorgojos de sangre. Las granadas hacían saltar por los aires a los soldados y el olor a sangre era casi insoportable. El enemigo se retiraba y Philip fue el ultimo en acabar con la vida de uno de ellos.

Finalmente todo acabó. Philip se acercó a su enemigo abatido. Le ladeo para ver su cara y descubrir, anonadado, el pálido rostro de su hermano.

Magister

domingo, octubre 21

EDV - En Blanco

En la sala no se oía más que el repicar de la lluvia en los cristales. Aquel muchacho joven se encontraba sentado delante de su viejo escritorio, rodeado de libros empolvados y montones de folios amarillentos. Eran ya las tantas de la madrugada y la habitación solo se veía iluminada por la tenue luz de una vela, que poco a poco se consumía con el pasar de las horas.

La tormenta que fuera rugía con fuerza era lo que mantenía al muchacho despierto mirando fijamente una hoja de papel. Pocas veces había experimentado aquel fenómeno que estaba viviendo en ese momento; el reto de enfrentarse ante una hoja en blanco se le estaba presentando mas difícil que nunca. A su cabeza brotaban multitud de ideas y a la vez ninguna, no conseguía atrapar la idea concreta que deseaba plasmar en aquel papel que le desafiaba a cada minuto que pasaba.

El nerviosismo y la angustia empezaban a apoderarse del joven escritor. Cuanto mas miraba el papel más sentía que su blancura inundaba su mente. Quería conseguir librarse de aquel embrujo que parecía atenazaba su imaginación, paralizándola por completo. Deseaba poder apartar la mirada de aquella hoja que lo había hipnotizado para poder captar alguna idea que merodeara silenciosa por el escritorio. Pero no podía. Las horas seguirían pasando y el joven no podría herir a su enemigo con su pluma; no conseguiría hacerle sangrar tinta negra, la cual adoptaría la hermosa forma de elegantes letras que compondría su extraordinario escrito.

La lluvia no cesaba y cada vez iba en aumento. Las horas seguían pasando y la paciencia del muchacho pronto le obligaría a desistir de su empeño. ¿Dónde estaban las musas que tantos días habían atravesado esas paredes para infundirle maravillosas ideas? No. Esa noche no habían aparecido. Esa noche el joven luchaba solo, se enfrentaba al enemigo sin aliado alguno, y la batalla estaba perdida.

En ese momento un fuerte relámpago iluminó la estancia. El joven escritor salió de su ensimismamiento y miró a través de la ventana. Podía ver la espesa cortina de agua que caía en el exterior. Al instante la mente se le despejó. Toda oscuridad que en la mente del muchacho había se esfumó rápidamente. Las primeras líneas de su escrito brillaban con fuerza en su cabeza.

Al momento el joven comenzó a escribir en el papel y ya todo fluía con rapidez. La primera frase que aquel joven muchacho esgrimió contra su enemigo fue la siguiente:

“En la sala no se oía más que el repicar de la lluvia en los cristales.”

Magister

lunes, octubre 15

EDV - La Europa Negra

Colonia Genovesa de Kaffa, siglo XIV. Europa se encontraba azotada por el poder arrollador de los ejércitos mongoles y ahora esta pequeña colonia se veía amenazada.

-Mi señor, han llegado medio centenar de habitantes de la colonia vecina pidiendo refugio tras nuestras murallas, tras haber sido su ciudad devastada por el ejercito mongol.- el capitán de las fuerzas de Kaffa centró su mirada en el horizonte y prosiguió hablando en un tono quedo. –Será cuestión de tiempo que los mongoles estén ante nuestros muros sedientos de sangre…

-No hay de que preocuparse joven capitán, haremos frente a la invasión enemiga. Intenta recaudar información preguntando a los refugiados.- El regente de Kaffa se incorporó y dirigió sus pasos a un inmenso mapa que representaba el continente europeo. Mientras lo ojeaba y deslizaba sus dedos por él prosiguió. –Ya que es en usted en quien más esperanzas tengo, le confío la defensa de Kaffa.

El capitán saludó al regente y sin más se dirigió presto a desempeñar las tareas que debía de realizar por mandato de su superior.

Al despuntar la mañana el capitán irrumpió en la sala de audiencias del regente para comunicarle la grave situación en la que se encontraban:

-¡¡Me ha sido imposible dialogar con los refugiados, mi señor!! ¡¡Todos, mi señor… todos están gravemente enfermos!!- Tras un fuerte ataque de tos y secarse de forma disimulada la sangre que brotó de su boca, recuperó el aliento y continuó con su trágico informe.- Pude hablar con los sacerdotes y curanderos que los atendían y me aseguraron que era muy difícil que salgan con vida. Puede tratarse de la terrieble epidemia de peste que azota el continente que acompaña a los mongoles-.

Aquellas palabras tornaron la cara del regente en asombro y desesperación. La orden fue clara: quemarlos antes de que la enfermedad se propagase.

Al poco, una humareda acompañada por el hedor a carne socarrada inundaba las calles de la ciudad.

Pasaron unas horas cuando unas campanas avisaban de la llegada de los ejércitos mongoles. Como un hormiguero cuando es atacado, los ejércitos defensores de Kaffa ocuparon posiciones. Las murallas se llenaron de arqueros y piqueros, y las plazas y avenidas se llenaron de regimientos de infantería. Entre los gritos y voces imperantes el capitán, fatigado y con mala cara, apareció a lomos de un caballo de un blanco puro seguido de una gran cantidad de jinetes. Éstos esperaron en la plaza delantera al palacio del regente mientras el capitán accedía al galope al anillo de muralla que lo protegía para contemplar al enemigo.

Sus ojos pudieron ver centenares de tropas que permanecían en formación; y fuera del alcance de los defensores, empezaban a levantar un campamento. Entre el bullicio reinante pudo ver que varias catapultas empezaron a participar el en el asedio, lanzando no piedras, sino cadáveres que desprendían un hedor a muerte y enfermedad. Enseguida comprendió lo que los mongoles pretendían. Los sitiarían y esperarían a que murieran infectados por la peste que aquellos cuerpos inertes traían en sus putrefactos cuerpos.

Tan rápido como pudo, el capitán corrió a informar al regente de Kaffa. Buscó por todo el palacio a su superior y ya, asustado, acudió a su aposento. Tras abrir la puerta pudo ver como el regente se encontraba postrado de rodillas en el suelo tosiendo broncamente y a cada ataque de tos escupía esputos sanguinolentos.

Un fuerte dolor abdominal sacudió al capitán, y un ataque de nauseas le hizo vomitar. Se sostuvo como pudo contra la pared, y entre sudores se dejó caer lentamente hasta sentarse en el suelo. El regente giró su cabeza lentamente hacia el enfermo y susurró:

-Demasiado tarde joven capitán. Kaffa caerá.- y convulsionándose entre sanguinolentas toses cayó al suelo retorciéndose de dolor…


La mente del joven estudiante volvió al mundo real tras acabar las líneas de la página del tomo que sostenía entre sus manos. Pasó rápidamente la hoja para leer:

“Llegada de la peste a Génova y su trágica difusión por Francia y España”

Magister

domingo, octubre 7

EDV - Venganzas de ultratumba

El resplandor de un relámpago iluminó el severo rostro del general. Instantes después el rugir de un trueno estremeció el oscuro cielo y la lluvia comenzó a caer.

Una multitud de gente se congregaba alrededor de un anciano que se encontraba atada de pies y manos a un alto tronco rodeado de atillos de maderos. Vestía unas túnicas oscuras raídas dejando ver graves heridas en su piel.

Rápidamente tres personajes portando antorchas corrieron a prender fuego a la pira, la cual fue invadida por el fuego rápidamente. Al calor del fuego, el hechicero oscuro comenzó a gritar de una forma siniestra y aterradora. Mientras su piel reventaba en ampollas sanguinolentas miró fijamente a los ojos del general que lo había capturado y condenado y le gritó:

-¡Necio ignorante! ¡Lamentarás haber acabado con mi vida! ¡Te condeno a morir de una forma macabra! ¡Morirás atravesado por tu propia espada!

La cara del general adoptó una mueca de congoja y terror. Se giró bruscamente y desapareció entre la multitud mientras oía las carcajadas diabólicas del brujo mientras era consumido por el fuego.

Era ya más de media noche y la tormenta aún no había amainado. El general seguía sin poder dormir dándole vueltas a las palabras pronunciadas por aquel siniestro ser. Apunto estaba de conciliar el sueño cuando de pronto una heladora voz que lo llamaba lo alteró. Sintió un frío espantoso y todo su vello se le erizó al volver a oír la misma voz. Enseguida se incorporó y escudriñó la oscuridad de su habitación. Solo pudo ver aquello que la tenue luz de una vela iluminaba con su temblorosa luz.

El general estaba horrorizado, su cuerpo temblaba de miedo y un sudor frío recorría su cuerpo. Sabía que tras la poca luz que rodeaba su cama había algo que lo llamaba, pero no acertaba a verlo. La voz se volvió a escuchar en la sala…

-¿Asustado? No lo estabas cuando te presentaste ante mi y mandaste a tus soldados que me apresaran… y me quemaran…

Tan pronto como la voz pronunció aquellas palabras, brotaron a la mente del general las imágenes de la muerte del brujo y las palabras que éste pronunció.

Rápidamente, el general saltó de la cama semidesnudo y corrió a través de la oscuridad hacia donde se encontraba su arma y armadura.

-¿Crees que servirá de algo? ¿Qué conseguirás con eso, sentirte más seguro? Te creía más listo. Me haces reír.

En ese momento unas profundas carcajadas resonaron en toda la habitación. El general vislumbró su armadura, y entre las risas levantó la visera del casco para colocárselo descubriendo el rostro pálido del brujo. En un grito de horror el general retrocedió mientras dejaba caer el casco. La armadura dio unos pasos antes de deshacerse entre azuladas llamas. Al fin los ojos nerviosos del general pudieron ver la figura espectral del hechicero oscuro que avanzaba hacia él.

-¡Pagarás el precio por haber acabado con mi vida! ¡Te arrepentirás durante toda tu vida por lo que hiciste! ¡Aterrorízate y sufre mortal!

Horrorizado, el general comenzó a huir de aquel fantasma que no dejaba de perseguirlo. Atravesó la sala oyendo toda clase de sonidos de ultratumba que gritaban su nombre; y ante la puerta que lo sacaría de aquella habitación volvió a aparecer el espectro, haciéndole caer. Se levantó tan rápido como pudo y corrió hacia otro lado de la habitación consiguiendo salir a un amplio balcón de piedra. Su cuerpo enseguida se empapó de agua y la humedad pronto caló en sus huesos. El ser fantasmagórico apareció de nuevo entre la oscuridad y rodeado de extraños vapores comenzó a avanzar rápidamente entre carcajadas hacia el general. Éste comenzó a retroceder y retroceder totalmente espantado hasta que se precipitó desde el límite del balcón. El general gritaba durante su caída hasta que su garganta se inundó de sangre.

Varios soldados salieron al exterior para ver que ocurría. Para su sorpresa vieron una escena escalofriante…

El cuerpo del general se encontraba atravesado por una enorme espada de mármol que sujetaba majestuosa una estatua levantada en su honor.

Magister

sábado, septiembre 29

EDV - Piedad Draconiana

Desplegó de nuevo el mapa amarillento y agrietado, y los claros ojos de la joven Lubiel se centraron en la marca de pigmentos rojizos que había señalado en él. Llevaba semanas recorriendo parajes inhóspitos atravesando extraños bosques, vadeando caudalosos ríos y cruzando peligrosas ciénagas, buscando un único objetivo que desde pequeña quería lograr… conseguir encontrar un dragón. Y ahora que había encontrado aquel misterioso mapa que marcaba el lugar exacto del cubil de un dragón, no dejaría pasar la oportunidad.

Tras dejar atrás el último cruce de caminos, el mapa la llevó a un pequeño pueblo situado en la ladera de una alta montaña donde se suponía se ubicaba la morada de la bestia.

Los últimos resquicios de luz del atardecer bañaban de tonalidades anaranjadas las pequeñas casas del poblado. Lubiel, agotada del largo viaje y necesitada de un buen descanso, decidió pasar la noche e iniciar el ascenso al amanecer.

Y así fue como al despuntar los primeros rayos de luz del astro, Lubiel ya andaba en busca de su sueño draconiano.

Estando el Sol en lo alto del claro cielo, Lubiel finalizó el ascenso por la ladera escarpada de la gran montaña. Desde donde estaba podía divisar un paisaje hermosísimo. Podía ver los picos escarpados de las estribaciones de otras cadenas montañosas rodeadas sus laderas de densos bosques verdes, que eran regados por grandes cascadas y ríos.

Continuó caminando impresionada por la belleza del mágico lugar y, distraída por la inmensa belleza que la rodeaba, llegó al borde de un acantilado por el cual casi se precipita. Lubiel se encontró con el problema de no poder seguir adelante, pero asomándose al acantilado pudo comprobar que había una gran entrada labrada en la roca viva, que rápido la asoció con la entrada donde estaría el dragón. Comprobó presurosa el lugar donde se encontraba en el mapa, y tras cerciorarse de que el lugar era el correcto no tardó en intentar bajar hasta la inmensa cueva.

Se descolgó del borde del acantilado para dejarse caer al saliente rocoso, cuando de repente oyó un profundo rugido procedente de la cueva, seguido de un fuerte batir de alas. Un inmenso dragón albino surgió desde las entrañas de la montaña lanzando a la joven por los aires.

La muchacha cayó contra la dura roca lastimándose su cuerpecillo. El inmenso dragón posó su enorme cuerpo delante de la joven, y ésta asustada buscó ansiosa en su cinto su espada corta con la que defenderse, pero el acero había caído al vacío. Lubiel se encontraba indefensa. No obstante, la muchacha había encontrado lo que quería; tenía ante ella un magnífico dragón de escamas blanquecinas que brillaban con el sol. Fascinada se quedó mirando atónita al reptil. El dragón plegó sus alas y habló:

-¿Quién osa perturbar mi placentero sueño?

Lubiel no podía salir de su asombro, ¡estaba hablando con un dragón! Asustada y con una voz titubeante respondió:

-S… soy… soy Lubiel. Una humilde humana.

-¿¡Como se atreve una mortal a adentrarse en los parajes de un dragón como yo!?

-Siempre soñé con poder ver un dragón real y poder saber que hay algo más además de los cuentos infantiles para asustar niños.

-Eres el primer ser mortal que se presenta ante un dragón por el mero hecho de poder ver uno, y no por el afán de hacerse con el tesoro que custodian… Pero como protector de estos bosques no puedo permitir la salida de ningún ser tras haberme visto y haber contemplado estos magníficos parajes.

-¡¡¡Pero no quiero morir, no puedo acabar así!!! ¡¡¡ He esperado mucho tiempo para poder emprender mi propio viaje y poder hallar al fin un dragón como tu!!!

-Veo que eres atrevida muchacha, has demostrado tener coraje al emprender un periplo tan peligroso como ese. Por eso no te mataré, podrás verme durante la eternidad como premio a tu valentía.

Y desde entonces, un robusto y joven árbol se yergue en el borde del acantilado contemplando, con sus verdes y frescas hojas, el vuelo incansable del dragón que una vez lo contempló en forma humana, y que asombrado por su deseo la transformó en naturaleza viva, pudiendo disfrutar ahora de él y de los bosques que guarda.

Magister

martes, septiembre 18

EDV - Plumas de cuervo

La joven Elisabeth se incorporó de su butaca de madera de caoba decorada lujosamente con filigranas doradas y dirigió sus delicados pasos hacia una de las ventanas del camarote donde se encontraba junto a su esposo Arthur, divisando un paisaje nublado y lluvioso. La ventana estaba cerrada y al acercarse la muchacha el cristal devolvió el rostro pálido y serio de ésta. Enseguida Sir Arthur se acercó para abrazar a su mujer por la espalda y tras besar su cuello con delicadeza le susurró:

-¿Que te ocurre querida mía? ¿Que es lo que hace que tu hermosa cara se ensombrezca sin una sonrisa?

-Me apena el tiempo que estamos soportando desde practicamente que partimos amor mio...- dijo la muchacha mientras posaba su mano en el crsital y dejaba la marca de sus dedos en el vaho del frío cristal. -Ademas...- dijo casi sin voz meintras se deshacía de los brazos de su marido.

-Es eso otra vez, ¿no? Son esos malditos libros de piratería los que tornan tu carácter en sombrío y preocupado, ¿no es así?- En ese momento el tono de Arthur aumentó- ¡Estoy cansado ya de decirte que no leas esas cosas tan desagradables! ¡Te tengo dicho querida que esos libros no son propios de una dama de alta alcúrnia como tú! ¡Acabaré por quemarlos!

Elisabeth había discutido en más de una ocasión acerca del tema de la piratería con su amado; y por tanto, sabiendo que discutirían, agarró un libro encuadernado en cuero de encima de la mesa y corrió mientras alguna lágrima se le escapaba a su aposento, encerrándose bajo llave. Tras dejar caer su frágil cuerpecillo sobre una enorme cama de esquisita belleza comenzó a pasar las hojas del libro suavemente con sus delicados dedos...

De repente oyó un tremendo estruendo en cubierta. Elisabeth se dirigió tan rápido como podía intentando no pisar su largo y pomposo vestido. Presurosa y nerviosa aferró el pomo de la pequeña puerta que accedía a cubierta para ver, tras abrirla, una escena dantesca.
Un fuerte olor a polvora y a carne socarrada inundaba el ambiente, obligando a la muchacha a tapaese con la bocamanga de su vestido. Sus ojos pudieron ver como el mástil estaba partido y éste yacía casi sumergido en las aguas del océano, el cual rugía y zarandeaba la embarcación con fuertes sacudidas. Rápidamente llamó la atencón de Elisabeth el gran griterío que prcibieron sus oidos, dirigiendo la mirada a un gran número de solsados de la marina que perdían la vida atravesados por los espadones de otros tantos hombres vestidos con ropajes rasgados y descuidados que habían abordado el barco desde una nave que, imponente, dominaba el embate de las olas; de velas negras y hondeando en lo más alto la temida bandera con la calabera cruzada por dos tibias sobre fondo negro.

Enseguida Elisabeth supo lo que estaba ocurriendo; su viaje había sido frustrado por el ataque de unos aterradores piratas.

De repente un pensamiento asaltó la mente de la muchacha, Arthur estaba solo en el camarote donde lo dejó antes de empezar la discursión. Cerró la puerta rápidamente y fué al encuentro de su marido no sin dejar de oir el fragor de la lucha encarnizada que estaba teniendo lugar en cubierta.

Al fin llegó al camarote deseado donde se quedó sin aliento al verlo todo plagado de plumas de cuervo, las cuales había visto también en cubierta siendo arrastradas por el viento. Aquello le impactó bastante, pues una de las historias que ella había leído en sus libros de piratería era la que se contaba acerca del llamado capitán Corvus, famoso por saquear mas de un centenar de buques y ofreciendo tras su victoria la carne muerta a decenas y decenas de cuervos que le acompañaban donde quiera que iba. La historia contaba tambíen que antes de un barco ser abordado por éste pirata, el ambiente era invadido por plumas de cuervo a modo de sello personal . Pero no sólo el hecho de ver las oscuras plumas en la habitación alteraron a Elisabeth, sino que si marido luchaba por salvar su vida batiendose en duelo contra el mismisimo capitán Corvus.

Arthur blandía su sable con la diestra, mientra que mantenía la siniestra en elevada posición en una actidud defensiva y lanzando muy de vez en cuando estocadas al enemigo. Todo el camarote estaba destrozado, todos los elementos que componían la estancia estaban hechos pedazos debido al duelo que se estaba librando.

El capitán Corvus era de apariencia siniestra. Vestía un gran guardapolvo negro riveteado de unas filigranas rojizas oscuras malgastado por el paso del tiempo y los grandes periplos realizados por su dueño. Una ran botonera dorada desabrochada dejaba ver su torso desnudo no muy musculado, donde había alguna que otra marca que le recordaban viejos enfrentameintos a enemigos ya derrotados. Su semblante era macabro y un gran sombrero de colores oscuros adornado con plumas de los mismos colores coronaba su cabeza, resaltando su figura imponente. Lo más asombroso era ver a aquel ser blandir dos sables a la vez, uno en cada mano, con perfecta destreza.

En un descuido fatal, uno de los sables atravesó el pecho de Arthur postrándolo en el suelo y dejándolo sin vida ante los ojos de su amada. Corvus dirigió su heladora mirada a los ojos de Elisabeth, dirigiendose con paso lento hacia ella...

En ese momento Elisabeth despertó bañada en sudor. Miró aterrada a su alrededor y confusa paró a pensar unos instantes. Tras recordar todo llegó a la conclusión de que todo había sido una terrible pesadilla. Ya calmada se incorporó de su cama y tras pnerse de pié el libro de piratería cayó al suelo abierto por la leyenda del capitán Corvus, mostrando una siniestra ilustracion en carboncillo de aquel terrible pirata. Enseguida Elisabeth lo recógió y lo colocó sobre la repisa. Al hacerlo oyó la voz de su marido desde la cubierta que la llamaba. La muchacha acudió a la llamada de su querido y una vez junto a él éste le dijo:

-Mira querida, plumas de cuervo. ¿No es un tanto extraño?...

Magister

domingo, septiembre 16

Esencia Vital

Correr. Correr es la única opción que queda ahora cuando todo está ya perdido y manchado de tonalidades carmesí. Empujar y tirar de mi propio cuerpo cansado y débil, magullado y amoratado después de haber descargado todo el poder en un torbellino desenfrenado de magia. Y descansar al fin. Descansar y reponerse así recuperando el poder arcano que corre por mis venas y me da la vida, me restaura, me fortalece... Al fin lo siento fluir por mi interior. Aferro con mis largos y fríos dedos la vara con la que me incorporo y con ella despliego un desfile de macabros y oscuros conjuros que me libran, una vez más, de mi sino inevitable: la muerte.

Magister