domingo, octubre 21

EDV - En Blanco

En la sala no se oía más que el repicar de la lluvia en los cristales. Aquel muchacho joven se encontraba sentado delante de su viejo escritorio, rodeado de libros empolvados y montones de folios amarillentos. Eran ya las tantas de la madrugada y la habitación solo se veía iluminada por la tenue luz de una vela, que poco a poco se consumía con el pasar de las horas.

La tormenta que fuera rugía con fuerza era lo que mantenía al muchacho despierto mirando fijamente una hoja de papel. Pocas veces había experimentado aquel fenómeno que estaba viviendo en ese momento; el reto de enfrentarse ante una hoja en blanco se le estaba presentando mas difícil que nunca. A su cabeza brotaban multitud de ideas y a la vez ninguna, no conseguía atrapar la idea concreta que deseaba plasmar en aquel papel que le desafiaba a cada minuto que pasaba.

El nerviosismo y la angustia empezaban a apoderarse del joven escritor. Cuanto mas miraba el papel más sentía que su blancura inundaba su mente. Quería conseguir librarse de aquel embrujo que parecía atenazaba su imaginación, paralizándola por completo. Deseaba poder apartar la mirada de aquella hoja que lo había hipnotizado para poder captar alguna idea que merodeara silenciosa por el escritorio. Pero no podía. Las horas seguirían pasando y el joven no podría herir a su enemigo con su pluma; no conseguiría hacerle sangrar tinta negra, la cual adoptaría la hermosa forma de elegantes letras que compondría su extraordinario escrito.

La lluvia no cesaba y cada vez iba en aumento. Las horas seguían pasando y la paciencia del muchacho pronto le obligaría a desistir de su empeño. ¿Dónde estaban las musas que tantos días habían atravesado esas paredes para infundirle maravillosas ideas? No. Esa noche no habían aparecido. Esa noche el joven luchaba solo, se enfrentaba al enemigo sin aliado alguno, y la batalla estaba perdida.

En ese momento un fuerte relámpago iluminó la estancia. El joven escritor salió de su ensimismamiento y miró a través de la ventana. Podía ver la espesa cortina de agua que caía en el exterior. Al instante la mente se le despejó. Toda oscuridad que en la mente del muchacho había se esfumó rápidamente. Las primeras líneas de su escrito brillaban con fuerza en su cabeza.

Al momento el joven comenzó a escribir en el papel y ya todo fluía con rapidez. La primera frase que aquel joven muchacho esgrimió contra su enemigo fue la siguiente:

“En la sala no se oía más que el repicar de la lluvia en los cristales.”

Magister

1 comentario:

Víctor dijo...

¡Qué bueno! Se me han puesto hasta los pelos de punta.