miércoles, julio 20

Eterno Retorno

Habían pasado cuatro largos meses desde que todo acabó. No había un día en el que se despertara y no recordará, aunque fuera de forma fugaz, sus servicios en La Vieja Guardia. Pero como él siempre decía, los buenos tiempos habían pasado. Ahora se encontraba alojado en las residencias militares de los Dragones Negros al servicio y disposición de soldados como él: un veterano de guerra curtido en numerosas batallas, siempre fiel a la causa de Conan I de Aquilonia, retirado ahora del servicio militar por voluntad propia para dedicarse por completo a la obra que venía realizando desde hace años. Todos los días tomaba asiento en su robusta silla de madera oscura con tachones de bronce, asía con delicadeza la pluma que descasaba inhiesta y elegante en el tintero y con trazos suaves y cuidadosos redactaba durante horas lo que había titulado como Crónicas de un Conquistador. Tres años redactando aquella obra. Su obra. Las huellas de su pasado. Muchas de las hojas estaban manchadas, sucias y raídas, pero pese a todo se podían leer. Aquellas hojas eran sus preferidas. Cada vez que las observaba, las leía y las sentía entre sus dedos afloraban a su cansada mente los vívidos recuerdos de heroicas hazañas plasmadas en aquellas hojas justo en el momento en el que sucedían. La batalla contra los gurnaki, Killiky y su Campeón; la incursión a la guarida del dragón Vistrix; el terrible y gélido viaje a través de las montañas Eiglofianas y el duro combate contra Yakmar; y el oscuro periplo, aún inacabado, contra el impío Thot-Amon… Si, los buenos tiempos habían pasado. Ya apenas había nada sobre lo que escribir y no se sentía con fuerzas ni ánimos como para reemprender la aventura. Su rutina se había reducido a charlar en el patio con otros soldados, dar largos paseos por Tarantia y visitar diariamente su enriquecedora biblioteca, sin olvidar detenerse antes en el Templo de Mitra para dedicarle unas oraciones y charlar largo y tendido paseando por sus jardines con uno de sus mejores amigos, el sacerdote Furvusoris. Aquellos paseos y profundas charlas siempre le habían relajado. Lo disfrutaba. Y fue precisamente en uno de estos paseos junto al sacerdote cuando éste arrojó nuevas esperanzas en su monótona vida de veterano.

-Es lo que te digo Hamilkar- decía el sacerdote mientras miraba al soldado, acompañando siempre sus palabras con suaves gestos de sus ancianas manos- He oído buenas palabras sobre esa Hermandad del Fuego Azul, y ahora que tengo la posibilidad de abandonar el Templo y dedicarme a la predicación de la palabra de Mitra la oportunidad se me presenta en bandeja-. 

-Aún no entiendo por qué me pides que vaya contigo. Yo estoy muy tranquilo ahora, sin preocupaciones ni responsabilidades. Ya sabes por todo lo que he tenido que pasar y no me gustaría repetir episodios tan amargos como los que viví durante la caída de La Vieja Guardia. Y no hablemos ya de lo oscuro y desalentadores que fueron los tiempos que sucedieron a dichos acontecimientos- Hamilkar aceleró el paso dejando atrás al sacerdote. 

-Con el tiempo te has vuelto mucho más testarudo y cabezota de lo que ya eras- el sacerdote suspiró, y en pos del soldado lo siguió hasta alcanzarlo junto al estanque de aguas claras que había en el jardín. –Te vendría bien que me acompañaras. Conocerías a mucha más gente de la que ya conoces y…- Hamilkar lo cortó girando su cabeza y clavando sus ojos azules en los de su amigo. –No te equivoques Furvusoris. Eso era antes, ahora no conozco a nadie. La inmensa mayoría de mis compañeros todos en el exilio, ni rastro de su paradero. Y los que se han quedado… mejor no hablar de ello, trato día a día borrar de mi mente tal gremio que no quiero ni pronunciar- y tras escupir y blasfemar entre dientes, tomo asiento en uno de los bloques de mármol que estaban dispuestos a lo largo del paseo. 

-Vamos Hamilkar, viejo amigo, no seas así. ¿Qué ha sido de tu espíritu aventurero? ¿De tu tremenda curiosidad y placer por conocer gente nueva? ¿De tu ferviente deseo de recorrer tierras que aún no has pisado siquiera? No me digas que no ardes en deseos de adentrarte en todos esos parajes que se rumorea andan escondidos por las salvajes y misteriosas tierras de Kithai. ¡Por Mitra, que me devuelvan al verdadero Conquistador Hamilkar!- 

-Sabes de más que ya he estado en las tierras orientales de Kithai. ¿Tan poco te gustó en cráneo de Kappa que te regalé? Vuelvo a recordarte que Pra-Eun aún me busca por robárselo de su sala de estudios. Maldito Círculo Escarlata…- Furvusoris lo contemplaba atento. 

-Ves, cada vez que recuerdas alguno de tus viajes se te ilumina el rostro.- El sacerdote continuó con la conversación tildando de convicción su tono de voz. –Mira, Hamilkar, dentro de dos días partiré a la Ciénaga del Loto Púrpura. Allí es donde tienen su asentamiento los integrantes de La Hermandad. Me uniré a ellos y empezaré una nueva etapa de mi vida sirviendo a su causa. Como sabes, he sido nombrado recientemente Vicario de Mitra por el Santo Tribunal y una de mis obligaciones, aparte de predicar la palabra, es corregir y purgar Hyboria de herejes e infieles, y la Hermandad me brinda esa posibilidad de viajar y cumplir mi cometido.- Furvusoris se levantó y comenzó a caminar de regreso al Templo. Antes de alejarse demasiado se volvió hacia el soldado. –Piénsatelo amigo. Sería una oportunidad que puede nunca vuelva a presentarse para infundir vida a esa obra que estas redactando. Seguro que tus Crónicas te lo agradecerían si esas hojas hablasen.-

Allí estaba Hamilkar, pensativo sobre las Crónicas que estaba escribiendo. Con la pluma entintada pero sin nada que escribir. Nada. Nada desde hacía semanas, incluso meses. Recordando continuamente las palabras de su colega. 
Se levantó de su silla y abrió un enorme y pesado baúl depositado a los pies de su lecho. Sus dedos recorrieron el frío acero de las filigranas labradas en un peto metálico con correajes y sujeciones de cuero curtido. Apartó la pieza, la colocó con delicadeza sobre el camastro y siguió buscando. La capa de los Dragones Negros, allí estaba, perfectamente doblada, manteniendo el brilloso tono azul oscuro. Las grebas, botas y hombreras estaban en el fondo, junto a una cajita sin ningún tipo de adorno ni labrado en la tapa. Hamilkar la cogió con delicadeza, y con cuidado la abrió. De ella sacó su distintivo de caballero durante el gobierno Nemedio en La Vieja Guardia, y las insignias de Hyparchos y Taxiarchos durante la etapa final en dicho gremio durante el gobierno Miliciano Hyborio. Sin duda, allí estaba el verdadero Hamilkar. Los buenos tiempos estaban por venir.

Magister

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